La estrategia municipal sigue dejando mucho que desear y los hechos delictivos ya no respetan horario ni lugares públicos.
Domingo, 4:30 de la tarde, decenas de personas se disponen a comer en un restaurante ubicado en Versalles, sin saber que serían despojados de sus pertenencias y sin detenidos hasta el momento.
Esa es una de las crudas realidades que vive la ciudad. Puerto Vallarta es un paraíso al alcance de unos cuantos afortunados, pero también es un sitio donde la autoridad está fallando en materia de seguridad y no hay capacidad de recular para remediar los problemas.
Los ‘espejos’ que vende el INEGI, que posiciona a Puerto Vallarta como una de las ciudades con menor percepción de inseguridad en el país, han ganado terreno y se ha descuidado lo realmente importante, la seguridad verdadera.
La policía de Puerto Vallarta tiene una cabeza que no ha generado las estrategias necesarias para evitar que los delitos ganen terreno y se cometan a plena luz del día. Incluso, el comisario no está acreditado para el puesto, pues tiene reprobado el examen de control y confianza.
Los robos a casa habitación siguen imparables; el robo de autopartes y de placas de circulación igual, también el robo de motocicletas y los asaltos a negocios, todo en una ciudad que tiene autoridades que prefieren no decir que están fallando por no dañar su imagen política.
Puerto Vallarta es una ‘gallina’ que pone huevos de oro y por eso es primordial simular que todo está en orden; los actuales dueños del poder, lejos de generar bienestar, están pensando en la forma de prolongarse en lo más alto de la cúpula vallartense y mientras los ciudadanos seguimos sufriendo las secuelas de su ineptitud.
De seguir así, Puerto Vallarta será el nuevo Acapulco y parece que nadie se interesa en esta crónica de una muerte anunciada.