Trump anuncia que mantendrá el pulso hasta que el régimen “asesino” de Bachar El Asad abandone las armas químicas.
Tras seis días de redoble de tambor, Trump ordenó el ataque. Entre los blancos elegidos figuró un centro de investigación cerca de Damasco, así como un almacén y un puesto militar, en Homs.
“Nuestro objetivo es lograr una disuasión fuerte. Estamos preparados para mantener la respuesta hasta que el régimen de El Asad dejé de usar estos agentes prohibidos”, remachó el presidente.
El ataque a Siria forma parte de una historia interminable. Trump, un aislacionista nato, siempre ha deseado salir del país y anoche, en plena sacudida militar, no lo ocultó: “No nos hacemos ilusiones, no podemos purgar el mundo del mal ni actuar en todos los sitios donde hay tiranía. No hay sangre americana suficiente para lograr la paz en Oriente Próximo. Podremos ser socios y amigos, pero el destino de la región está en manos de su propia gente”.
Es un pensamiento que le acompaña desde mucho antes de alcanzar la presidencia y que sigue vivo en él. Hace solo 11 días, el 3 de abril, el presidente clamó públicamente por abandonar del conflicto y repatriar a los 2.000 soldados destinados en Siria. “No sacamos nada de ello. No tenemos nada, excepto muerte y destrucción. Es horrible”, afirmó entonces. Cuatro días después, todo cambió. La población civil de la rebelde Duma, según la versión estadounidense, fue gaseada. Hubo al menos 60 muertos y cientos de heridos.
La agresión química traspasó la línea roja establecida hace un año, cuando las tropas sirias atacaron Jan Sheijun. En aquella ocasión murieron 86 personas, entre ellas decenas de niños. Las imágenes de sus cuerpos fulminados por el tacto cruel del gas sarín, un legado de la era nazi, impactaron al mundo y activaron el olfato político de Trump. La represalia se puso inmediatamente en marcha. Pese a que Moscú y Damasco, al igual que ahora, negaron su participación en la matanza, Estados Unidos lanzó 59 misiles Tomahawk contra la base aérea de Shayrat (Homs).
La reacción de Rusia e Irán marcará el futuro de la región más inestable del planeta. Un volcán devorado por la violencia donde chocan a diario los intereses de las grandes potencias. Las bombas han caído. Damasco ha vuelto a ser golpeada. Poco se logró el año pasado y nadie sabe si la nueva intervención contendrá la sangre. Tras siete años de guerra, medio millón de muertos y diez millones de desplazados Siria se ha vuelto una tierra oscura para la esperanza.