Los humedales de Sudamérica están sufriendo los estragos de la sequía y los incendios. Países como Colombia, Venezuela, Brasil y Argentina están especialmente afectados.
La contemplación de un fuego, ya sea en la chimenea o al calor de una hoguera, suele conducir a lo que Octavio Paz llamaba un sentimiento de fraternidad con el universo.
Una fraternidad que nos invade al dejarnos absorber por el baile de las llamas o al escuchar los chasquidos de la leña ardiendo -consecuencia de las burbujas de agua que explotan y se convierten en vapor-.
Estamos vivos gracias al fuego. Nos enseñó a cultivar la tierra y a cazar. Gracias a él pudimos cocinar, calentarnos cuando teníamos frío y secarnos tras la lluvia.
A nivel planetario, el fuego reguló las concentraciones de oxígeno, que serían demasiado altas, reactivas y peligrosas sin él. Y muchas plantas y animales no podrían sobrevivir sin los incendios.
Pero de un tiempo a esta parte, nuestra relación con el fuego se ha torcido. A principios de este año, veíamos, consternados, como ardía más del 20 % de los bosques australianos.
Luego vinieron los incendios zombi siberianos, que sobrevivieron el invierno quemando la materia orgánica del suelo ártico y que volvieron a la superficie en primavera. Ahora el terror está en California.
Pero hay algo que tal vez no conozca todavía: los incendios que este año abrasan Sudamérica.
Los incendios de este año están afectado, particularmente, a los humedales de Sudamérica. Las llamas están quemando gran parte de Pantanal, por ejemplo, el humedal más grande del mundo.
Pantanal es un humedal tropical a caballo entre Brasil, Bolivia y Paraguay y tiene una extensión parecida a la de Rumanía. Es un santuario para la biodiversidad: el hogar de la nutria gigante, de los tapires y el área con mayor densidad de jaguares del mundo.
Fuera de los trópicos, los incendios en los humedales argentinos del delta del Paraná, en Argentina, llevan meses batiendo récords. Ciudades como Rosario han quedado envueltas en cortinas de humo irrespirable durante semanas.
Más allá de humedales, otras zonas de Sudamérica están también sufriendo más incendios de lo habitual.
Somos hijos del fuego. Pero hemos perdido la relación de fraternidad que teníamos con él. Lo estamos convirtiendo en un arma de destrucción masiva.