El comunicado emitido ayer por Morena, el Partido del Trabajo y el Partido Verde Ecologista revela algo más profundo que una simple postura política: deja al descubierto una preocupante desconexión con el sentir ciudadano y una tendencia reiterada a minimizar cualquier forma de protesta. A esto, se sumó la propia presidenta de México, Claudia Sheinbaum, quien declaró que la marcha fue orquestada por la derecha y por la conocida “marea rosa”. Con ello, reforzó la idea de que el descontento ciudadano no es auténtico, sino una maniobra política.
Sin embargo, la marcha estuvo conformada por personas de todas las edades, desde jóvenes hasta adultos mayores, que salieron a denunciar lo que consideran injusticias, omisiones y malas praxis del gobierno actual. La protesta, lejos de ser un acto partidista, reflejó la frustración ciudadana por temas que llevan años acumulándose: impunidad, violencia, desapariciones, falta de medicamentos, retrocesos en políticas de seguridad y una desconexión evidente entre los discursos oficiales y la vida cotidiana.
Y es aquí donde la narrativa oficialista se derrumba. Porque en lugar de escuchar las demandas que van desde la urgencia por medicinas hasta la exigencia de una jornada laboral digna ante una reforma estancada, los partidos del gobierno optaron por desviar la discusión y enfocarse únicamente en quién convocó la marcha. No en por qué la gente salió. No en qué exige. No en qué necesita el país.
¿El resultado? Minimizaron la protesta ciudadana bajo el argumento de que se trataba de un “bloque minoritario” que busca “polarizar al país”. Paradójicamente, acusan a otros de polarizar mientras desde el poder etiquetan cualquier disidencia como la “derecha”.
En un país donde la violencia no disminuye, donde las desapariciones siguen marcando a miles de familias, donde la impunidad se siente como norma y no excepción, pretender que toda inconformidad es un complot opositor no solo es irresponsable: es un insulto a la ciudadanía.
La gente salió a las calles porque tiene derecho. Porque está cansada. Porque ve un país que no avanza en lo que realmente importa. Porque quiere ser escuchada.
Si los partidos en el poder deciden seguir viendo fantasmas electorales en cada expresión ciudadana, quedará claro que no es desconexión: es indiferencia.
Y un gobierno que no escucha al pueblo que dice representar, tarde o temprano, termina gobernando solo para sí mismo.