Durante su conferencia matutina, la presidenta Claudia Sheinbaum anunció que el gobierno federal investigará quiénes están detrás de la marcha convocada para el 15 de noviembre, una movilización que, según sus palabras, “ya fue asumida por la oposición”.
La marcha, convocada desde redes sociales y colectivos digitales, dice buscar visibilizar la corrupción, el nepotismo político y la violencia estructural. No obstante, Sheinbaum señaló que la movilización, inicialmente impulsada por jóvenes de “la Generación Z”, habría sido “tomada por la oposición”. Pero… ¿de qué oposición habla la presidenta?
Porque si la historia sirve de espejo, la oposición también ha tenido rostro de resistencia social y civil, y no siempre fue sinónimo de adversario político. Un claro ejemplo es su antecesor, Andrés Manuel López Obrador, quien en 1996, entonces líder del PRD en Tabasco, fue golpeado por la policía durante una protesta en defensa de campesinos afectados por Pemex. Exigía pagos justos por los daños provocados por los pozos petroleros, alzando la voz contra el abuso del poder y la injusticia institucional.
Años más tarde, encabezó uno de los plantones más largos del país, cuando en 2006 instaló un plantón durante 47 días en Paseo de la Reforma para impugnar los resultados de la elección presidencial que dio el triunfo a Felipe Calderón.
Esa también fue una forma de oposición. De hecho, fue la oposición.
Por eso la pregunta resuena aún más: ¿será esta la oposición de la que habla la presidenta? ¿O es otra, una que solo incomoda porque ya no se alinea al discurso oficial?
Las movilizaciones, las marchas y los bloqueos han sido parte de la política de México. Y aunque ahora desde Palacio Nacional se cuestionen o se investiguen, en el pasado fueron el símbolo de la lucha por la justicia y la democracia.
Quizá la verdadera diferencia no está en quién protesta, sino en desde dónde se ejerce el poder: en la calle o tras un micrófono en la mañanera.